viernes, 9 de octubre de 2015

A ESTA SEÑORA NADIE LE CREE, PRIMERO NOS DEBE DECIR DE QUE VIVE Y DONDE TRABAJA...

El recuerdo de su fracaso

Renato Cisneros
Con su presentación en Harvard, Keiko Fujimori ha remecido a su bancada y al espectro de analistas y opinólogos, que ahora se dividen entre quienes repentinamente creen en su «discurso moderado» y quienes perciben que su supuesta lavada de cara es solo una pantomima coyuntural.
 
Nada más por eso pareciera que la movida de Keiko ha sido una jugada maestra, sin embargo, las costuras de su estrategia son demasiado notorias como para no advertirlas. Con sus aparentes cuestionamientos a la moral fundacional de su partido, lo que ella busca es que nos centremos en esa discusión inacabable respecto de si hay o no espacio para un «nuevo fujimorismo» y soslayemos el que, a mi juicio, es su punto más débil e imperdonable: su total fracaso como funcionaria pública. 
 
Apuesto que muy pocos de los 602.869 peruanos que la eligieron congresista para el período 2006-2011 podrían enumerar hoy siquiera una de las poquísimas normas que promovió cuando llegó al Parlamento con la camiseta de Fuerza 2011 (uno de los tantos nombres que ha ido adoptando el movimiento originalmente bautizado «Cambio 90»). En cinco años, Keiko apenas convirtió seis iniciativas en leyes, un récord esmirriado y penoso para quien obtuviera en su momento la votación más alta.
 
Además de esa inoperancia que la deja francamente sin piso para gestiones más ambiciosas, Keiko mostró desde su curul un relajo llamativo: acumuló 500 ausencias (digamos que, como a su padre, el Congreso no le importaba mucho). A veces faltaba para concluir sus estudios en Estados Unidos, a veces por razones de maternidad y a veces para cumplir con su campaña presidencial, es decir, por razones proselitistas que, si no me equivoco, están reñidas con el cargo legislativo. A cambio de tan discreto «trabajo», el Estado (o sea, nosotros) le pagó un millón sesenta mil soles. Enrique Bernales, a quien no se le puede achacar ningún apasionamiento, señaló en su momento que Keiko, en la práctica, «no ejerció la función».
 
Con un antecedente así de puntual y vergonzoso, basta y sobra para descartar a Keiko como opción. Buscarle otros deméritos y abstraerse en enrevesadas teorías políticas acerca de su «cambio de postura» es solo una manera tonta de caer en su juego.

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